Como una gota de aceite
JOSÉ ANTONIO
CALVO
Conferència sobre
María Zambrano
Espai Àgora –
CREART
Barcelona, 19-XII-2011
(…) que yo he venido aquí como
amigo vuestro; si no hubiese sido amigo vuestro, yo no habría venido, porque me
da verdadero pavor. Por lo tanto, en vez de una conferencia, pues… yo me siento
aquí, en este rinconcico (como un filósofo clásico, en el jardín, o en la
academia), en una silla… para iniciar una conversación. Me voy a expresar en
castellano porque, aunque entiendo vuestra lengua y la aprecio (la aprendí a
querer con ellos, en Horta de Sant Joan, y con otros), no tengo capacidad de
expresión. Entonces, bueno, pues vamos a ver… en castellano.
Se pueden decir muchísimas cosas
de María Zambrano; esto es un tópico (lo que acabo de decir), pero lo que yo
quiero decir en esta tarde, en este rato de conversación que hemos titulado Como una gota de aceite, lo que intento
es responder a algunas preguntas. La primera pregunta es: ¿desde dónde se
ejerce la creación artística? Y la respuesta que da María Zambrano es: desde la
razón. Y esto ya supone una ruptura con los pensadores de su tiempo. Para María
Zambrano, el artista crea desde la razón.
La segunda
pregunta es: ¿desde cualquier razón? ¿desde cualquier modelo de racionalidad?
María Zambrano dice: no; hay unos modelos exclusivistas de razón que desprecian
el misterio, que desprecian todo aquello (no que ha sido deformado, sino) que
todavía no tiene una forma precisa y que, por tanto, no es fácilmente domeñable
o dominable. No, esa razón no sirve.
Entonces, ¿cuál
es la razón desde la que se puede ejercer la creación artística? Ella diría que
una razón sufriente, una razón que busca, pero que nunca alcanza. Diría que no
es la razón del erguido, del científico que desprecia cualquier otro ámbito de
racionalidad. Diría que, más bien, es una racionalidad descendente, que
desciende a los infiernos; un logos
descendente (habla de “logos
descendente”). Éste es un contenido de la filosofía de María Zambrano que es
totalmente cristiano: el logos
descendente es el Verbo, la segunda persona de la Santísima Trinidad,
que no hace alarde de su condición divina, sino que se somete y que muere; y
(es curioso, claro) el logos descendente,
la segunda persona de la Santísima Trinidad,
la palabra… es quien crea. El creador en este mundo, el artista, también debe
descender hasta los abismos de aquello que parece irracional, pero que no lo es
tanto. Vamos a ver cómo.
Desde esta
perspectiva, María Zambrano habla de una racionalidad, o de una razón, poética.
Le decía a Josep hace un momento que el artista, como el filósofo, que se
pregunta por la experiencia de la belleza, o que busca la experiencia de la
belleza (quizá ‘belleza’ no está de moda; decir esta palabra tampoco está de
moda, pero vamos a utilizarla porque es muy filosófica y muy artística) lanzan
la flecha, pero ¿dan en la diana? No dan
en la diana nunca, porque no hay diana. En este territorio de la creación
artística no hay diana. Sin embargo, viven del intento de reconciliar lo
objetivo (lo que puede ser captado por todos como bello) con lo subjetivo (lo
que es captado por uno mismo como bello). Y ahí, en ese intento, en esa lucha, está
el mérito y está la virtud. María Zambrano, en una de sus obras más bonitas y
más difíciles de leer, como es Filosofía
y poesía, dice:
“Porque la gloria del poeta es sentirse vencido.”
“Poeta”: ¿cómo interpretamos esta
palabra –‘poeta’? ¿Como aquella persona que versifica, que escribe versos? No;
el poeta es todo aquél que crea, todo aquél que lleva (ejerce) la acción poiética. ‘Poíesis’, en griego (una palabra de honda raigambre filosófica),
significa ‘crear’. Tanto crean los poetas de la palabra como los poetas de la
pintura, como los poetas del tiempo… En definitiva, los poetas del tiempo somos
todos los que formamos parte del género humano; todos los humanos somos poetas (por
nuestra vida) de nuestra propia existencia.
Bien. Esto era
una pequeña introducción, suficiente para complicar lo que voy a decir a partir
de ahora.
¿Qué busca María Zambrano? Voy a
ir leyendo algunas citas que he seleccionado y, en concreto, ahora cito una
carta al poeta Dieste, una carta del 7-XI-1944 que ha sido publicada en el ‘Boletín galego de literatura’ en 1991 y
recogida luego por Jesús Moreno Sanz en la antología El logos oscuro <!-- veure nota al final -->, sobre obras
de María Zambrano. Lo que busca María Zambrano y le dice a su amigo es (cito
textualmente):
“(…) algo que sea razón, pero más ancho. Algo que se
deslice también por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y
suaviza. Razón poética, es lo que vengo buscando. Y ella no es como la otra [como
la otra razón]: tiene, ha de tener,
muchas formas; será la misma en géneros diferentes.”
Ya enlazamos: “ha de tener muchas
formas”, “será la misma en géneros diferentes”. ¿Cuáles son las formas que
adopta esta razón poética, esta búsqueda de sentido, este encontrar sentido?
Aquí cito un inédito, el manuscrito 317 (a partir del viernes pasado se están
publicando las obras completas de María Zambrano; estos inéditos aparecerán,
porque son de mucha importancia). Dice así:
“Núcleo inicial –y nunca perdido, a mi parecer– es
filosofía-poesía-religión. Mi obra (no tengo más remedio que llamarla así)
tiene un sentido circular. Son como gajos de una naranja. No hay que mirarlo, pues,
con criterios de primero, segundo y tercero. Es como un árbol, cuyo germen o
raíz no se pierde aunque se ramifique.”
Aquí nos encontramos con las
distintas formas de la racionalidad poética: filosofía, poesía y religión; y
además, ninguna tiene prioridad sobre la otra. Aquí es donde los intérpretes (o
los lectores; en definitiva, todos somos lectores) de María Zambrano empiezan a
desencontrarse; aquí empieza el desencuentro. Algunas hermenéuticas, algunas
interpretaciones de Zambrano, quieren poner, por encima de la filosofía y de la
religión, la poesía. Pero yo pienso que esto es una traición; pienso que es una
traición a María Zambrano. Hay otros textos que explicitan lo dicho en este
inédito; éstos ya están publicados. En Hacia
un saber sobre el alma dice:
“Religión, filosofía y poesía han de ser miradas de nuevo
por una mirada unitaria en que los rencores, crecidos con la prolijidad de la
ortiga, estén ausentes.”
María Zambrano reconoce la lucha
tremenda que se ha dado, desde siglo XVIII hasta el siglo XX (y todavía dura),
entre estas tres vías o tres canales de sentido y de racionalidad que son
filosofía, poesía y religión. Unas veces ha sido la religión la que, al
despojarse de racionalidad, ha querido imponerse sobre la creación artística (la
poesía) e incluso sobre la filosofía; y eso es una traición misma a la
religión. Otras veces ha sido la filosofía la que ha querido imponerse a la
religión, despreciándola, y al arte, entendiendo por arte únicamente una
determinada regla del gusto, más o menos universal: esto es bonito (nos hemos
puesto de acuerdo en que esto es bonito); pues adelante, esto es el arte. Bien,
la filosofía, así, despreciando a sus hermanas, se convierte en una
esclavizadora de la razón humana. Lo mismo puede ocurrir con la poesía; no ha
ocurrido todavía, porque la poesía (vamos a ver un poquito más adelante) es más
humilde, y lo humilde, en su humildad… no, no ha tenido el coraje, ni la
bravura ni la osadía de imponerse, ni a la religión ni a la filosofía. Dice
también María Zambrano:
“Filosofía, poesía y religión necesitan aclararse
mutuamente, recibir la luz, su luz, una de otra; reconocer sus deudas [“reconocer
sus deudas”]; revelar al hombre, medio
asfixiado por su discordia, su permanente y viva legitimidad, su unidad originaria.”
“Unidad originaria”: en el origen,
filosofía, poesía y religión son lo mismo. Ella continúa diciendo:
“Están en crisis la esperanza y la objetividad.”
Cuando habla de esperanza, se
refiere a la religión, y cuando habla de objetividad, se refiere a la
filosofía. Por eso ella, en su intento de razón poética, de recobrar la unidad
originaria, se pone a buscar. Y… ¿sabéis cuál es la unidad originaria? Ella
dice que es… lo sagrado. María Zambrano
es poco dada a la definición (yo he encontrado pocas definiciones), pero lo
sagrado lo define, aunque sea muy descriptivamente; pero esta fórmula es… muy
gloriosa, ¿no?: dice que lo sagrado es
“(…) esa especie de placenta de donde cada especie de
alma se alimenta y se nutre aun sin saberlo.”
Eso es lo sagrado. Para ella, el
saber verdadero consiste en descubrir este fondo que inspira cualquier
pensamiento y que, en último término, se trata de la dimensión vital más
profunda en el ser humano. En esta definición, o descripción, están medidas
cada una de las palabras. “Esa especie de placenta”, comienza diciendo; indica
el carácter materno, originario y previo a cualquier experiencia consciente,
que posee el ser humano; es la primera relación vivida: la del hijo con la
madre, la que el nasciturus (el
que va a nacer), siendo completamente
distinto a su madre, está totalmente referido a ella, de la que todo lo recibe.
Es la imagen del saber, del gustar, de lo recibido como don… frente a lo
conocido, lo que ha sido alcanzado, lo que ha sido conquistado. En el origen de
cualquier experiencia humana está lo dado. Dos instancias complementarias: lo dado y lo construido. María Zambrano va a
intentar poner otra vez en su sitio, en un lugar primordial, lo que nos ha sido
dado, lo que no hemos conquistado desde la propia subjetividad haciendo oídos
sordos al diálogo con el mundo y con la realidad.
“Donde cada
especie de alma”, continúa diciendo (“esa especie de placenta de donde cada
especie de alma”). Por una parte, esta expresión, “donde cada especie de alma”,
indica la variedad de seres que conforman la realidad, venciendo un monismo, o
un reduccionismo, que destrozaría la realidad (que, por otra parte, la realidad
y la diferencia es tan visible que no necesita justificación). Por otra parte,
muestra la unidad de todo y, por tanto, la posibilidad de saber, de conocer, de
crear… Aquello que alimenta a todo es lo que hace viable una propuesta de
racionalidad (lo común), aunque Zambrano rehúya hablar del ser y de otras
fórmulas clásicas o realistas como la participación. “Saber” y “alma” denotan
que no es necesario negar la materia para afirmar lo espiritual, pero tampoco
lo contrario: no hay que… el logos zambraniano se mueve entre lo material y lo
inmaterial (¿…?) <!-- soroll -->.
Yo creo que
ésta es vuestra labor como artistas, unos artistas consagrados. Aquí todos sois
artistas consagrados, porque ¿quién va a decir de cualquiera de vosotros que no
sois artistas consagrados? Yo, viendo lo que hacéis, y cómo lo hacéis, con esta
espontaneidad… bueno, pues sí, yo creo que todos sois artistas; yo, el que menos.
Bien, esto es lo que hacéis: ir combinando lo material con lo espiritual. Si os
cargáis lo espiritual, ¿qué queda?; y si os cargáis lo material, ¿qué queda?
¡No queda nada!
“Donde cada
especie de alma se alimenta y se nutre aun sin saberlo”. Esto es muy curioso:
comprender lo sagrado como razón, como hace María Zambrano, es tan potente que
sigue siendo válido aunque se niegue (ha habido muchos filósofos que han negado
lo sagrado –luego hablaremos sobre esto). Bien, sobre este fondo sagrado, se va
construyendo todo… “incluso los dioses”, dice ella; habla de los dioses creados
(no voy a entrar en este tema, el tema de la divinidad creada y el tema de la
divinidad revelada; María Zambrano va
jugando ahí sin mojarse; no termina de definirse. Luego, en otras
conversaciones que tiene con sus amigos, sí que se define. Vamos a dejarlo
estar).
Lo sagrado es
originario y originante. En todo caso, conviene adelantar que, mientras para
María Zambrano lo sagrado es un fondo oculto y sin unidad, lo divino, que son
las expresiones que el hombre realiza de lo sagrado, es algo que declara la
unidad rescatada, lo inteligible de lo real y también lo inteligible, lo
comprensible, lo que tiene sentido, del ser humano en el contexto de su vida y
sus relaciones.
¿Se puede negar lo sagrado? ¿Qué
pensáis: se puede negar lo sagrado? (…)
<!-- final del primer vídeo -->
(…) “…dejan intacta nuestra relación con ellas; así, eso que se oculta en
la palabra”, dice, “casi
impronunciable hoy, «Dios».”
La lectura que María Zambrano hace
de Nietzsche es muy interesante. Nietzsche afirma la muerte de Dios; pues para
María Zambrano, Nietzsche es un hombre de una fe profunda, porque solamente se
puede matar lo que se ama. Es más: aunque lo hubiese matado sin amor (¿qué es
el misterio cristiano por antonomasia, la Eucaristía, sino romper el cuerpo y derramar la
sangre?; eso es matar), aunque se hubiese negado, lo sagrado seguiría ahí. De
hecho, para María Zambrano, la nada es lo que queda de lo sagrado. Es más: la
nada, incluso, es algo más sagrado que las figuras de los dioses. Esto hay que
pensarlo mucho, ¿no?, porque supone una nueva lectura de Nietzsche.
Bien, ahora me voy a meter ya en
lo que directamente nos interesa, que es el proceso creador; que es lo que
hacéis vosotros. María Zambrano afirma lo siguiente:
“Lo oculto es lo sagrado, y lo más manifiesto es lo
divino.”
Ya os he dado unas notas sobre
cómo describiría María Zambrano lo sagrado, como esa placenta de la que brota
todo. No hay otra experiencia que la experiencia de lo sagrado. Pero eso
sagrado es oculto. Hay manifestaciones de lo sagrado, que los hombres realizan,
y eso es lo divino. Y aquí encuentro la primera ley de la creación artística.
La creación
artística, la poesía, como la religión, como la filosofía, encuentran su fondo
en lo sagrado y, encontrando allí ese fondo, lo expresan en lo divino (estas
expresiones artísticas serían expresiones de lo divino). El artista sólo debe
cumplir una ley, una ley que podríamos llamar “la ley del logos”, y que dice así: es una ley que impone que toda
manifestación responda a la ocultación sin deshacerla, que toda luz respete un
fondo o un círculo de tinieblas sin avasallarlas. Es un “sí, pero todavía no”.
Y yo creo que
vosotros mismos, cuando decís “esto ya está hecho”, sabéis que no está hecho
del todo. De hecho, si estuviese hecho del todo, estos grafismos, estas pinturas,
ya no serían arte ¿Qué serían? Serían pura técnica, una técnica conseguida, y
el arte es técnica, pero no sólo es técnica. El arte desborda la técnica. La
técnica es necesaria, pero, sobre esa técnica, aparece el estilo, que sería lo
sobrante, y eso es lo que os caracteriza a vosotros, artistas consagrados:
vuestro estilo.
Aquí María
Zambrano no continúa con los artistas, sino que nos da a los clérigos:
inmediatamente, añade que mantener esta proporción entre lo sagrado y lo
divino, entre lo oculto y lo manifiesto, es oficio de la religión misma. ¿Por
qué las religiones hoy son decadentes? Porque se han cargado la ley del logos; porque no respetan la
proporcionalidad de lo sagrado y lo divino; porque lo han querido explicar todo
(esto me lo aplico a mí mismo). María Zambrano dice esto cuando habla de la
arquitectura de los templos. Ella tiene unos capítulos buenísimos en El hombre y lo divino sobre las ruinas,
las ruinas de los templos griegos, las ruinas de… Una ruina de un templo es
devolver la expresión de la divinidad al fondo originario de lo sagrado. Y yo
creo que todos tenéis experiencias de ruinas, de templos, de ermitas, de…; aunque
en ellos no haya, hoy por hoy, una experiencia cultual, sin embargo sí que se
observa una fuerza, una densidad, que hasta el más materialista es capaz de
notarla. Yo tengo unos amigos, que no están muy lejos, que han creado también
en espacios de este tipo y que pueden hablar de ello <!-- rialles -->.
En definitiva,
el equilibrio entre ocultación y manifestación debe respetarse en cualquier
dimensión humana y en cualquiera de sus actividades. En cualquier actividad, ¡en cualquier dimensión humana! Tenemos ahora
mismo todos la experiencia del Facebook (o casi todos, ¿no?). El Facebook
también tiene que obedecer a la ley del logos:
tiene que mostrar, pero sin desvelar; se convierte en un peligro cuando hace
que las personas no conserven su intimidad. Esto es un ejemplo tonto, ¿no?,
pero, en nuestra vida, vemos como necesario mantener un reducto de intimidad
que está relacionado tanto con el espacio como con el tiempo. Cuando somos
desposeídos de espacio íntimo, nos sentimos alienados. Cuando somos desposeídos
del tiempo íntimo, también nos sentimos alienados; sentimos que nos han robado
lo más propio.
Lo oculto,
sobre todo, es lo sagrado y lo más manifiesto es lo divino. Y entonces, nosotros ¿cómo debemos tratar con lo
sagrado? María Zambrano habla de la piedad. Y dice que es
“(…) el saber tratar adecuadamente con lo otro.”
Esto pertenece a la tradición
espiritual católica y cristiana, la noción (la virtud) de la piedad. Pero es
una noción profundamente trasladable a la actividad artística: ¿quién es el
buen artista? ¿quién es el buen creador? ¿quién es el buen poeta? ¿quién es el
artista consagrado? El que vive la piedad: el que sabe tratar adecuadamente con
lo otro. Tratar adecuadamente con lo otro: esto es lo que han de buscar, tanto
la filosofía, como la poesía, como la religión. Y por eso estos tres ámbitos son
oficios de piedad. O sea, que el piadoso no solamente ha de ser el creyente;
piadoso ha de ser el filósofo, y piadoso ha de ser el poeta, y habéis de ser
vosotros y vosotras, los artistas.
¿Qué es lo
contrario de la piedad? Pues… María Zambrano dice que lo contrario de la piedad
es lo que había intentado hacer la filosofía desde Aristóteles hasta Hegel: lo
contrario de la piedad es intentar reducir a lo controlable lo sagrado.
Aristóteles, con las categorías ‘sustancia’ y ‘sujeto de predicamento’;
Descartes, con la idea de conciencia; Kant, también, con la humillación a la
que somete a la metafísica (al mismo tiempo que somete a una humillación a la metafísica,
exalta el fideísmo [la fe irracional]); Hegel, reduciéndolo todo a un método,
el método dialéctico, donde todo está en todo y todo es perfectamente
previsible, donde no hay espontaneidad, donde no hay libertad, donde todo es
engranaje puro y duro, técnica… María Zambrano describe esto de la siguiente
manera:
“Lo que iba quedándose fuera no eran cosas, sino nada
menos que la realidad, oscura y múltiple. Al reducirse el conocimiento a la
razón, entendida como pura inteligencia dominadora, se redujo también eso tan
sagrado que es el contacto inicial del hombre con la realidad; una reducción a
un modo único, que es el modo de la conciencia.”
¿Qué pasa? Que por mucho que lo
intente el hombre, la realidad se rebela, con ‘b’ y con ‘v’ (sí, sí; aquí a un
alumno, si me lo hubiese puesto con ‘b’, le hubiese puesto una nota excelente
y, si me lo hubiese puesto con ‘v’, también; en este caso no se contempla la
falta de ortografía). Se rebela, se levanta contra este uso… inquisitorial… de
la razón y, al mismo tiempo, se manifiesta como lo que no es dominable.
“Hay algo en la vida humana,” continúa
diciendo María Zambrano, “insobornable
ante cualquier ensueño de la razón. Ese fondo último del humano vivir que se
llaman entrañas, y que son la sede del padecer.”
“Insobornable”, “se llama «entrañas»”
y es “la sede del padecer”. Bueno, pues desde aquí tenéis que crear: desde las
entrañas, desde la sede del padecer. No sé si será como un parto (la expresión
artística), pero a mí me parece que, en definitiva, puede ser una analogía
buena: el parto, que conlleva unos sufrimientos, unas lágrimas; un poseer, pero
no poseer; un ser lo mismo, pero ser distinto; una responsabilidad…
Por eso, el
arte no puede ser didáctico, y mucho menos puede ofrecer una didáctica, o una
enseñanza moral tal y como la que podemos encontrar en un libro… no, no; es
algo muy distinto. El arte tiene que ver con la ética o con la moral, porque
conlleva una responsabilidad muy seria en la labor de la creación, pero el arte
no puede convertirse en un medio para enseñar ética.
Sí que hay una
analogía; por ejemplo, entender estas pinturas vuestras requiere un aprendizaje
costoso: enfrentarse con la abstracción requiere un aprendizaje costoso y un
esfuerzo muy grande; por eso, la mayor parte de nuestros compañeros de
sociedad, amigos, familiares (estoy pensando en mi tío Pedro) no entienden la
abstracción. Tampoco tienen por qué entenderla, pero la rechazan. El
aprendizaje moral es similar al acercamiento a la abstracción: también conlleva
un sacrificio duro… Los que rechazan la moralidad, pienso que son como los que
rechazan la abstracción. En definitiva, son gente que no quiere enfrentarse con
lo que tiene delante.
¡Ya me he ido! Bien. El poeta
creador. María Zambrano:
“Así como el filósofo, si alcanzara la unidad del ser,” dice, “sería una unidad absoluta, sin mezcla de
multiplicidad alguna.” [aquí lo pone en un modo hipotético, condicional,
como diciendo: “por mucho que se empeñe el filósofo en alcanzar la unidad del
ser, no la va a encontrar”]. Continúa: “La
unidad lograda del poeta [¡ah, el poeta logra la unidad!; vosotros, los
creadores, lográis la unidad] en el poema
es siempre incompleta.”
Y el poeta lo sabe, y ahí está su
humildad. Encontráis la unidad en vuestras obras de arte, pero no la encontráis
completa; y por eso debéis ser humildes. Vuestra humildad es conformaros con la
frágil unidad que habéis logrado expresar. Y ¿desde dónde se encuentra esa
frágil unidad lograda? María Zambrano es muy plástica y dice lo siguiente:
“Si Dios creó de la nada, el hombre sólo crea desde su
infierno, nuestra vida indestructible.”
Creamos desde el infierno, pero
ese infierno que es nuestra vida indestructible, nuestra vida indestructible e
indominable; no podemos dominarla. Entonces, desde esa experiencia de buscar la
unidad y no lograrla, de ese descontento que es la vida, es desde ahí desde
donde el poeta, el pintor, el escultor, el músico… crea.
“De su vida agotada, saldrá un día”, continúa
diciendo, “la claridad que no muere,
para, invisible casi, confundido con la luz, volver quizá a decir a nuestro
amor resucitado: «noli me tangere».”
Esto es tremendo, ¿eh? ¿Recordáis
la escena del noli me tangere?:
Jesucristo resucitado (es una escena del Evangelio), que se encuentra con María
Magdalena. María Magdalena, el icono de nosotros (María Magdalena nos
representa), se encuentra con su Maestro, con su rabí, con su raboni, y va
a tocarlo; ¡se ha encontrado con su amor resucitado, con la unidad ya lograda!
Y ¿qué le dice el bueno de Jesús? “Noli
me tangere”: “no me toques”, “no me cojas”, “déjame ir”. Probablemente eso
os pase también con vuestra expresión artística: que cuando penséis que estáis
ya para acabarla, para redondearla, para cerrarla… esa intensidad de lo vivido
que experimentéis como vida profunda, como vida ilimitada, vuestro amor
verdadero, os diga: “no me toques: me tengo que ir; sigue buscando”. Bien, ahí
está la humildad del artista.
Hay que hablar de la inspiración,
¿no? Y hablando de la inspiración iré terminando, porque… ¿Hay inspiración o no
hay inspiración? Los filósofos dedicados a la investigación sobre la obra de
arte, los que ejercitan esa disciplina filosófica que ha sido llamada, más o
menos felizmente, Estética (“¿qué estudias?” “–Estética”, y se piensan que vas a abrir una peluquería), siempre han
visto la inspiración como un reconocimiento, como reconocer algo. Para Platón,
lo que se reconocía era la Idea:
una experiencia anterior, primaria, un recuerdo del alma, algo que nos
provocaba o que provoca en el hombre algo que no se sabe si es delirio, si es
entusiasmo, una experiencia de lo divino…
Aristóteles ,
en su Poética, habla del
reconocimiento de un modelo (un modelo que ya no está en el mundo de las Ideas,
sino que es el mismo obrar humano, la praxis,
la vida vivida moralmente) y que se copia, no como entendieron los artistas
manieristas (el modelo), sino con mucha creatividad, según unas leyes internas.
La vida (y lo que se reconoce en la obra de arte) es lo que puedes llegar a ser
o aquello en lo que puedes convertirte, y por eso el arte tiene una función catártica,
que te purifica.
Kant, en una
estética totalmente distinta, habla del reconocimiento de la subjetividad: uno,
en su expresión artística, ya sea de lo bello o de lo sublime, lo que reconoce
es su propia subjetividad en alegría, dando botes de alegría, podríamos decir.
Si María
Zambrano tuviese que decir qué reconoce el artista en su obra de arte, cuál es
la inspiración, diría que lo que reconoce es un estado doliente, un estado de
dolor, un estado de querer ser y no lograrlo… Pero bueno, ella lo dice así:
“La inspiración es un saber que pone de relieve la
angustia del mundo de lo otro.”
En el fondo, lo que queremos hacer
es volver a esa placenta de donde hemos salido. Lo sagrado es “esa placenta
donde se alimenta cada especie de alma aun sin saberlo”. Pues la inspiración es
el deseo de vover a lo sagrado y no lograrlo. Porque lo sagrado, la vida, el
amor, es ése que te está diciendo “que no me agarres”, “noli me tangere”.
“La angustia”:
ella habla de una angustia de la discontinuidad, angustia de los múltiples
instantes separados entre sí por abismos de vacío y de silencio… Estos abismos
solamente…
Recuerdo ahora
el abismo infranqueable entre el mundo de la naturaleza y el mundo de la
libertad, abierto entre las dos primeras Críticas
de Kant, la Crítica de la razón pura y la Crítica de la razón práctica; el problema de
Kant es que no sabe cómo conjugarlos. Él mismo dice en el prólogo de la Crítica del juicio:
“Un abismo infranqueable se ha abierto entre lo que
podemos conocer y la libertad.”
María Zambrano reconoce que este
abismo existe, pero aporta una solución. Su solución es la razón poética. En El hombre y lo divino lo dice así:
“No es extraño que los filósofos llamados ‘pitagóricos’,
que parecen ser los intermediarios entre la inspiración y el saber filosófico,
hayan descubierto el ritmo, el número y la música, porque ritmo, número y
música son el tránsito de ese mundo de lo otro al tiempo, en que el hombre va a
conocer, a vivir, en una cierta continuidad.”
En el fondo, el paradigma de cualquier
arte, y de cualquier experiencia de sentido, es un paradigma musical y no tanto
espacial. Al final, el espacio es dominado (por lo menos, los pequeños espacios
que tenemos, incluso el papel). Para María Zambrano… ella no lo afirma, pero yo
creo no traicionarla si digo que la más elevada de las bellas artes es la música,
y que si habla de la poesía es porque la poesía es el rastro de la música, es
medida (la poesía que nace para cantarse y que expresa un ritmo). Pensemos en
las tragedias de los griegos, en esos cultos en honor a Dionisos…
En definitiva,
el paradigma espacial es un paradigma arquitectónico que va cerrando espacios y
que deja mucho fuera. Sin embargo, el paradigma musical (que puede ser
observado no solamente por los músicos, sino por cualquier artista, pero
también por los filósofos y por los teólogos) es un paradigma en el que el
sentido se traslada no sólo por el espacio, sino por el tiempo, creándose una
cadena de sentido y una cadena que no solamente tiene una capa (no solamente es
una línea), sino a la que se le va añadiendo un dúo, un contracanto, un cantus firmus, cuatro voces, seis voces…
de tal modo que siempre puede ir enriqueciéndose. Ésa puede ser la labor del
artista y la labor del que observa la obra de arte. Y, en ese sentido, el que
participa de la obra de arte como observador también obtiene sentido de la obra
de arte y también pone sentido en la obra de arte, añadiendo su propia voz.
Música, música, música. Voy a
terminar… y voy a terminar diciendo que el poeta, (vosotros, con vuestra
humilde pretensión de una unidad incompleta), logra padecer la realidad,
sintiéndose injertado en la corriente vital que ésta representa. El poeta se
sitúa en el puesto que le corresponde, porque tiene su mirada orientada hacia
algo. Por eso es capaz de ofrecer sentido. Así como el filósofo que desprecia
la poesía y la religión lo único que logra es apatía, desencanto, el poeta y
creador logra padecimientos, pero padecimientos que nunca se terminan,
padecimientos que llevan consigo esperanza, padecimientos que llevan consigo
entusiasmo y ánimo por seguir. El poeta es el que padece, desde lo que ha
recibido, que es la experiencia de lo sagrado, aquello que va construyendo y
que sabe que nunca será definitivo.
En las dos ediciones de El hombre y lo divino (la primera, de
1955, y la segunda, de 1973), María Zambrano comienza con una cita de Plotino,
un filósofo neoplatónico. Perdón, no una cita de Plotino, sino una cita de la
vida de Plotino escrita por Porfirio, y que constituye una verdadera
declaración de intenciones, y que es la siguiente:
“Dijo Plotino al morir: «Estoy tratando de reconducir lo
divino que hay en mí a lo divino que hay en el universo».”
Pues bien, en este camino de
reconducción se inscribe el planteamiento de María Zambrano y el de un poeta o
creador como cualquiera de ustedes. Esto era lo que quería compartir esta
tarde.
<!-- aplaudiments -->
No sé si me queda mucho tiempo,
pero alguna pregunta podría responder; o liar más.
“–¿Por qué todo el proceso
creativo parte de la idea del padecimiento?”
Porque el ser humano (María
Zambrano es una profunda católica –esto no podemos olvidarlo) siente una
nostalgia de algo que tiene dentro de sí y que no alcanzará más que con la
muerte. Con la muerte de sí mismo, con el ir muriendo poco a poco, y con la
muerte que se abre como una puerta, como una experiencia dolorosa al final de
la vida terrena. En ese sentido, todo es sufrimiento: es el sufrimiento del que
ve lo que está llamado a ser y lo descubre como bello, como deseable, como
verdadero… y, sin embargo, en su vida, sabe que no lo está consiguiendo, que
por mucho que se empeñe (…)
<!-- final del segon vídeo -->
<!--
NOTA: Pot referir-se a MORENO SANZ, JESÚS (ed.): La razón en la sombra. Antología de textos de María Zambrano.
Editorial Siruela. Madrid, 1993.